El «404 Festival Internacional de Arte y Tecnología» celebra su 21° aniversario Estados Unidos, bajo el título “Ex-Comunicación”.Esta edición reúne a artistas, profesores e investigadores que ofrecerán charlas en torno a problemáticas que vinculan al Arte con las nuevas tecnologías y la comunicación.
Esta edición tendrá lugar en la Ciudad de Nueva York, del 20 al 22 de septiembre de 2024, en histórico The Players Club (Manhattan), en el marco de la 72° Conferencia en commemoración de Alfred Korzybski y el Simposio sobre Comunicación, organizado por el Instituto de Semántica General de Nueva York.
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Imagen de obra: Gustavo Romano
Si bien Excommunication tiene connotaciones religiosas (Excomulgación), con el guión se habilita un doble sentido que, en este caso, utilizaré para referirme al hecho de que estamos hablando sobre el presente en clave del pasado y que la obsolescencia tecnológica se traslada, aunque más imperceptiblemente, al ámbito comunicacional.
Cuando hablamos de tecnologías obsoletas, rara vez pensamos en la comunicación como parte de un deceso.
Cuando yo era pequeña no toleraba el sonido del teléfono, desde que nos llamaron para decirnos que mi abuelo había fallecido y desde que mi padre se confundía de día para saludarme por mi cumpleaños. Cuando dejé de ser tan pequeña llegó la tecnología del Dial-Up, por la cual teníamos que elegir entre usar el teléfono o conectarnos a Internet. Pueden imaginar por qué opción me incliné. Ahora, me encuentro viviendo en una convergencia de ambas cosas. Mi celular vive en estado de mute. Pero si no respondo por algunas horas pueden preguntarse si me ha pasado algo malo.
El sonido me importa porque puede volverse música mientras menos se lo espera. Vivimos entre alarmas, sonidos que unos usan para despertarse y otros para atender una llamada o descartarla. A quien no le ha pasado escuchar el sonido de su despertador mientras espera en una larga fila en un negocio y alguien responde a ese llamado. En ese sentido, el tiempo es mejor, porque nos despierta a su manera, sin nada que decirnos.
De este modo he transitado las tecnologías a lo largo de estos años. Las he visto aparecer, ser veneradas y descartadas. Las he visto morir, sin que ni siquiera ellas se den cuenta.
Las tecnologías mueren antes que nosotros y lo hacen progresivamente. Cada vez que esto ocurre, ciertos hábitos comunicacionales también se extinguen porque no encuentran su lugar.
Antes del teléfono inalámbrico hablábamos cerca de las paredes. ¿Quedará en la memoria de una mano el peso de un teléfono anterior?
Si recordamos cómo era nuestra comunicación en los ‘90, cualquiera podía llamarnos y tocar timbre en nuestras casas sin aviso previo, lo cual generaba encuentros inesperados y genuinos. Ahora gestionamos nuestra comunicación con los demás como si fuésemos una compañía. Agendamos las reuniones, planificamos los contenidos de los encuentros, definimos objetivos para nuestros recorridos, notificamos y somos notificados. Los mecanismos corporativos se trasladaron a nuestra vida personal.
Desde que brindamos voluntariamente nuestros datos, las compañías han utilizado esa información, que antes era patrimonio nuestro y ahora es gestionada como un producto. Ahora somos patrimonio de esos productos.
En las clases suelo dialogar mucho con los estudiantes acerca de los temas de los que este Simposio se ocupa. Todos ellos saben de lo que estamos hablando, aun así, la salida parece estar lejos de nuestro alcance. ¿Adónde se va el mundo cuando cerramos las ventanas? Confusamente, seguimos buscando la extraña forma que solía tener la verdad.
¿Por qué hoy resulta más difícil hablar con los vivos que con los muertos?
Si una IA es más clara y eficiente para responder nuestras preguntas es porque lograron decapitar nuestra voluntad para comunicarnos. Un bot está programado para responder, nosotros también, pero vivimos en un mundo donde nuestras respuestas no encuentran un sentido y nuestras convicciones no encuentran su lugar.
Hay otro tipo de relación con la intimidad y lo social desde que empezamos a vivir entre dispositivos y pantallas. Una necesidad que se llenó de vacío, pasatiempos y entretenimientos. Algo se apropió de la empatía que antes dirigíamos hacia los demás. Ya no son humanos los destinatarios si es que, en el mejor de los casos, los hay. Son las ficciones nuestros nuevos compañeros y los bots, nuestros aliados.
Hay gente que se enamora de un bot porque nunca podría desilusionarlo. El tiempo de las ilusiones terminó. Los tiempos de la guerra y del amor, también. Antes las guerras eran atroces porque sufríamos sus pérdidas. Ahora las guerras son constantes e invisibles, no las percibimos. Los campos de batalla simulan ser países, pero todo arrasa dentro nuestro. Y el amor, fue narrado de la misma manera tantas veces que el fracaso le ganó a la ficción, devorándolo todo.
Lo que antes estaba en manos del ocultismo y de la religión, hoy es un territorio tomado por las IA: cómo hablar con alguien querido que ha fallecido.
Si una vez que nosotros no estamos, hay gente que encuentra su consuelo en una tecnología así, tenemos que pensar en las implicancias de estas prácticas (más allá de los aspectos legales) porque ni siquiera ya la muerte nos va a corresponder. Es cuestión de tiempo para que algún día nos encontremos con un holograma, con un humanoide, que nos hable como nos hablaban nuestros padres, nuestros amores, nuestros ídolos o, incluso, nuestros enemigos.
Habiéndose ya transformado nuestra relación con el tiempo a través de los medios, después de habernos quedado orbitando en lo instantáneo, ahora también cambia nuestra noción de finitud y nuestra percepción de la ausencia. Cuando esto se convierta en una práctica habitual, tampoco habrá lugar para la fe.
¿Qué ocurrirá cuando no exista más la ausencia? Nos acostumbramos a la presencia, a la ausencia y a la telepresencia. Estamos frente al comienzo de la tele-ausencia. Una nueva práctica ritual, gestionada desde una visión corporativa.
Hemos quedado afuera de la comunicación. Muertos para lo muerto. Vivas excusas para nuestros reemplazos. Es momento de preguntarnos si al final éramos lenguaje y si todavía hoy lo somos.
Frente a la idea de que los muertos nos pertenecen, ahora podemos quitarles el derecho a dejarnos. Lo artificial ha impuesto sus condiciones sobre lo natural.
Nunca fue tan sencillo acceder a nuestras conversaciones, desde que todo lo que comunicamos y cómo lo hacemos ya ni siquiera es una huella, sino que son paquetes de información que se guardan en la nube. De ese modo se entrenan las IA, con las sobras virtuales de nuestra realidad. Luego, son esas sobras son las que nos constituyen.
Hay otra naturaleza en llamas. Vivimos entre cortinas de humo. Como en un incendio, no podemos respirar ni ver bien. Los desastres naturales forman parte de una ecología en donde los incendios pueden verse y medirse. Lo que se prende fuego dentro nuestro es invisible y es incalculable. Solo nos queda lo real, y para eso, tenemos que salir, sin contención y sin reserva.
Si consideramos que nuestra relación con la tecnología ha desplazado mucho de lo que antes nos vinculaba con otros humanos, podemos entonces pensar que romper con ese vínculo es tanto o más difícil que romper con cualquier otra relación.
En la universidad enseño Arte y Tecnología. A mis alumnos les muestro invenciones que hoy son obsoletas, pero en su momento cambiaron la percepción en torno al espacio y al tiempo. Si entras a una casa de antiguedades encontrarás un telégrafo, que ahora sólo puede ser coleccionable, pero afuera, en la calle, verás que las consecuencias de esa disociación continúan caminando.
Este año, un grupo de estudiantes se encuentra trabajando sobre la “infoxicación” y les sugerí que realicen un experimento dejando de utilizar todo tipo de dispositivos durante 24 horas. Para mi sorpresa, se alegraron. Recibieron la propuesta como algo insólito y, por lo tanto, divertido. Durante meses intentaron llevar adelante el experimento hasta que hace pocos días lo fueron logrando. Cuánta ansiedad y preocupación acerca de cómo vivir en un mundo sin ese mundo. Después de todo, en un teléfono no sólo hay mensajes y noticias. Como diría un niño, en un celular hay gente.
No es un misterio que las nuevas tecnologías se nutren de nuestras migajas comunicacionales. No es un secreto que los datos que cedemos de manera gratuita reconfirman el status económico y político de los grupos de poder concentrados. Sin embargo, pareciera que no encontramos una razón genuina para cortar nuestros lazos con lo que nos interviene, nos utiliza y nos vigila.
Quizás estemos aceptando nuevos modos de combatir la incertidumbre que nos hace ser humanos. Curioso invento el concepto de omnipresencia que nos acompaña en sus distintas formas desde hace tantos siglos. La primera tecnología que inventamos para sobrevivir ha tenido que compensar nuestro miedo más fundamental: el sentido del ser que existe solo.
Algún día quizás descubriremos, con sorpresa, que lo nuevo no es realmente lo que se nos presenta último. Ser humano siempre será una novedad.
Para finalizar, quiero compartir una reflexión acerca de lo que estamos viviendo en mi patria.
A mi país se lo ha llevado el lobo. Pero no se lo ha llevado sin que nadie lo vea. Se lo ha llevado sin que nadie lo interrumpa. Argentina se encuentra ahora en una fase experimental, ensayando una manera de incorporar el desastre a cada aspecto de nuestras vidas cotidianas.
El único que puede derrotar al pueblo es el pueblo y vaya que lo ha hecho. Estamos frente a un nuevo pacto social en donde ya no existe un común acuerdo acerca de qué es justo.
Lo injusto ya no sería la antítesis de lo justo, sino una forma en que lo justo se reprograma, se libera de serlo. Recordando el cuadro de Magritte ‘La traición de las imágenes’, en un mundo donde no existen más pipas, esa Sí es una pipa.
El fin de las categorías no llega cuando todo da lo mismo, sino cuando nada puede hacerse reconocible. Y esto es acompañado por el fin de los reclamos, de los derechos, reemplazando al pensamiento crítico como instinto de supervivencia, por la esperanza y la aceptación.
No estamos frente al fin de las categorías, sino frente al deslizamiento de bases que han resultado fundamentales para que la articulación social no nos lleve de regreso a la Edad Media.
A mi país se lo ha llevado el lobo. Y ahora, saldremos a buscarlo.
Escrito para el 21° «404 Festival Internacional de Arte y Tecnología»
por Gina Valenti
2024
Argentina